Texto: Martes de cuento. Ilustración: Dani Padrón
De abuelos hay de muchas clases, pero los abuelos de la Isla Imaginada suelen ser contadores de historias. Allí, un abuelo que no cuenta historias es menos abuelo.
Precisamente, este cuento nos lo contó el abuelo del abuelo de un abuelo que siempre ha habitado bajo un árbol en el camino que conduce a los acantilados del norte, allí donde todo es verde y el viento lleva historias volando de pueblo en pueblo.
Es verdad que, en ocasiones, se olvida de que ya te ha contado algo y vuelve a hacerlo pero, aunque la historia sea repetida, lo mejor que se puede hacer si te la cuenta es estar atento, porque siempre hay alguna cosa nueva en ella.
Cuento» LOS TESOROS DEL ABUELO
El abuelo tiene poco pelo blanco y lleva gafas. Lo que más me gusta de él es su sonrisa. Cuando me mira, de sus ojos saltan chispitas. Luego se ríe a carcajadas y yo me río con él. Los demás no saben de qué nos reímos, pero también se ríen. La risa del abuelo es contagiosa.
Me gusta que me coja en brazos y me dé besos.
Cuando viene a buscarme al cole siempre llega temprano, para ser el primero. Después, nos vamos a jugar al parque o me lleva a casa.
Merendamos juntos. Al abuelo también le gusta el chocolate y, cuando llega el verano, nos tomamos un helado muy grande, sentados en un banco, a la sombra del álamo que hay al final de la calle Mayor.
Me encanta ir a casa del abuelo, porque su casa está llena de tesoros.
El abuelo tiene una caja de laca roja con flores pintadas encima y al abrir la tapa suena música y un bailarín y una bailarina dan vueltas sin parar sobre un espejo. Le pido al abuelo que me siente sobre sus rodillas y juntos miramos a los bailarines sin decir nada, hasta que se termina la cuerda y se acaba el baile. Ella lleva un vestido muy cortito de tul blanco y una flor en el pelo y él un frac y un sombrero de copa muy alto.
El abuelo tiene una gran biblioteca llena de libros y, en un rincón, hay un estante para mí. Allí ordeno los cuentos que él me compra.
Mi abuelo siempre lee en su sillón rojo y yo me pongo a su lado y le pido que me cuente alguna historia de piratas, de dragones o de brujas.
Cerca del sillón rojo está su viejo escritorio de madera. En él, el abuelo guarda muchas cosas. A veces, el abuelo me dice:
—¡Ven! ¡Vamos a buscar tesoros!
Entonces abrimos los cajones y encontramos cosas increíbles.
Una goma muy chiquita, que borra los errores que cometemos. Dice el abuelo que no es malo equivocarse, lo malo es no reconocer que nos hemos equivocado, porque entonces no podemos borrar el error y empezar de nuevo. Dice que es como cuando escribimos mal una letra en el cuaderno del colegio, que es mejor arreglarla que dejarla en la libreta sin hacer nada, porque luego, cada vez que la miramos o cada vez que pensamos en ella, nos acordamos de que la hemos hecho mal y eso nos pone de mal humor. El abuelo siempre está de buen humor porque usa mucho su goma de borrar.
También tiene una grapadora para grapar los enfados al papel cuando quieren salir de dentro en forma de gritos y pataletas. El otro día la usé y funciona muy bien. Me enfadé con papá y con mamá porque no me dejaron ir con ellos al cine y tuve que quedarme a dormir en casa de los abuelos y como no paraba de quejarme y de llorar, el abuelo me enseñó a usarla. Fuimos escribiendo en papeles de colores lo que yo sentía y grapando cada papel sobre una hoja grande con la grapadora de los enfados. Mientras, él me contaba que todo lo malo que sentimos es mejor graparlo, porque si anda suelto puede hacernos daño a nosotros o a los que están cerca. En cambio, si está bien sujeto, como no se puede mover, acaba por cansarse y desaparece. Al terminar, la hoja de papel estaba llena de cosas malas grapadas y yo ya me sentía mucho mejor.
Uno de los tesoros que más me gusta es su pluma de color verde y dorado que se carga con la tinta de los sentimientos. Es una tinta que parece normal, pero no lo es. Se tiene que preparar, antes de usarse. Con mucho cuidado, para no mancharte, se abre la tapa negra del tintero de cristal y, sin que nadie lo oiga, se le dicen a la tinta los secretos. Cuando ya lo has dicho todo, solo tienes que cargar la pluma con la tinta de los sentimientos y escribir, porque la tinta se encarga de decir todo lo que tú no te atreves.
En cada cajón, el abuelo guarda un tesoro, aunque mi tesoro preferido no está ahí. El tesoro que más me gusta lo tiene colgado del cielo. Si salimos al balcón de noche lo podemos ver. Hay que mirar hacia arriba, a la derecha, justo sobre el campanario, para poder contemplar su tesoro más valioso. Allí, en lo más alto, está el rincón de cielo donde guarda sus estrellas.
Dice el abuelo que solo los que guardan estrellas son felices. Por eso el abuelo me ha enseñado a guardarlas. Es muy fácil. Solo tienes que mirar al cielo y elegir un rincón, siempre el mismo, y empezar a contar… una, dos, tres, cuatro… Cada estrella que guardas en ese rincón es una cosa que te gusta, una persona a la que quieres, un lugar al que quieres volver, un día especial, un deseo por cumplir… Cuantas más estrellas guardas, más valioso es tu tesoro. Porque dice el abuelo que los tesoros auténticos, los que de verdad importan y tenemos que guardar, son las cosas que no podemos tocar con las manos.
Después, cuando te sientes solo o estás triste, lo único que tienes que hacer es buscar tu tesoro en tu rincón de cielo y al contar las estrellas vuelves a sentirte feliz.
Por eso, lo mejor es hacer como el abuelo y como yo y elegir el rincón de cielo más estrellado.
Fin
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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/
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Martes de cuento
https://www.martesdecuento.com/2014/07/22/los-tesoros-del-abuelo/
Ilustración: Dani Padrón
http://www.danipadron.com/
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