Griselda no tenía hermanitos. Vivía con su papá y su mamá en una hermosa casa de dos pisos, acaso demasiado grande para ellos tres.
Griselda se sentía muy sola. Por eso, quería tener algún animalito con quien jugar. Pero cada vez que les pedía a sus padres:
—¿Me regalan un gato? ¿Puedo traer a casa un perro? ¿Me compran un canario? —su mamá le respondía:
—Los gatos se afilan las uñas en los sillones… Los perros arruinan las alfombras… Los canarios dan mucho trabajo…
Y así siempre.
Griselda estaba triste.