Texto: Martes de cuento
Ilustración: Louis du Mont
Durante nuestros viajes por la Isla Imaginada, además de la de los olvidadores de palabras del cuento, hemos encontrado otras formas de comunicación.
Hay lugares en los que la gente pasa siglos sin dirigirse la palabra y sin mirarse a los ojos.
En otros, las personas se desean buena mediamañana, buen mediodía, buena mediatarde, y buena medianoche. Allí no pasa más de media hora sin que entablen media conversación, incluso si solo te conocen a medias.
Uno de los lugares más extraños que hemos encontrado en la Isla, es el país habitado por los trifadegres, seres que están a la vez tristes, enfadados y alegres. Cuando uno se acerca a ellos, nunca sabe si oirá sus penas, un grito o un chiste.
Cuento» MO Y LAS PALABRAS OLVIDADAS
No sé si ocurrió o si aún tiene que ocurrir que, una vez, la gente se dejó de escuchar, se dejó de hablar y, sin apenas darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, se fueron olvidando de las palabras.
Fue entonces, cuando lo que se decía perdió todo su significado y ya nadie entendía las palabras de los otros.
No se trataba de que no se comprendiera el idioma ¡todo lo contrario!, los humanos habían inventado máquinas que les permitían conocer todas las lenguas del planeta.
Tampoco era que se hubieran quedado sordos. ¡Qué va!, eran capaces de pasarse horas y horas escuchando lo que les interesaba.
No. El problema era que aunque oían las palabras no comprendían su significado, porque eran incapaces de escuchar con atención. La gente solo se escuchaba a sí misma.
Esto, al principio, les pareció muy divertido, porque uno podía soltar lo primero que se le pasaba por la cabeza, cuando quería, donde quería y como quería, porque nadie parecía oír nada. Así, que la gente pronto se convenció de que sus palabras eran las únicas importantes y dejó de oír las de los demás.
A nadie se le ocurrió pensar que no escuchar o no ser escuchado también tenía sus inconvenientes y que, por ejemplo, preguntar ya no iba a servir de nada, porque nadie respondería.
La situación fue empeorando. Daba lo mismo decir “hola” que “adiós”; “ven” que “vete”; “arriba” que “abajo”. Las palabras eran inservibles y, como no servían, se iban olvidando y cada vez que una se olvidaba, las personas eran menos personas; porque solo las personas poseen el maravilloso don de comunicarse mediante las palabras.
Pasó el tiempo. Los años se iban sucediendo y la gente seguía naciendo y muriendo, y eso también daba igual, porque “nacer” y “morir” eran simples verbos, vacíos de significado. Pero he aquí que, un buen día, alguien pronunció en voz alta una extraña palabra y todo empezó a cambiar en el mundo. Los hechos ocurrieron en una pequeña biblioteca de una gran ciudad.
Olvidado de todos, oculto en el estante B-781, en el que se acumulaba una gruesa capa de polvo desde que los libros viejos habían dejado de leerse, se escondía el secreto.
Eran, exactamente, las tres y siete minutos de una tarde de primavera cuando, por uno de los grandes ventanales superiores de la biblioteca, se coló una golondrina.
Su aleteo llamó la atención de Mo, la bibliotecaria, que al mirar hacia arriba y verla revolotear, empezó a perseguirla. Fue entonces, mientras corría, sin quitar la vista del impertinente pajarillo, cuando chocó contra el estante B-781, totalmente abarrotado de libros. Con el golpe, uno de los ejemplares cayó al suelo y se escuchó un eco muy lejano. Eran las voces de los sabios del pasado, que estaban encerradas dentro de él y esperaban, desde hacía tiempo, una oportunidad para huir.
Mo, sorprendida al oírlo, miró a derecha e izquierda y, como no vio a nadie, se agachó a recoger el libro, que había quedado abierto en el suelo por la página número 14. En ella, se veía un misterioso dibujo y, junto a él, una extraña palabra.
—¡Qué palabra tan curiosa! ¡Jamás en mi vida había visto algo parecido! ¿Será un idioma desconocido? ¿O tal vez será un conjuro mágico? —Se preguntó Mo.
Y, con mucha dificultad, consiguió pronunciarla en voz alta:
—¡Graaa-ciiii-aaaas!
Una señora con un gran moño, que estaba sentada en una mesa cercana enfrascada en la lectura de un complicado manuscrito medieval, levantó los ojos de su libro y, con una sonrisa, respondió a Mo:
—¡De nada!
Mo dio un respingo.
—¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! —pensó— ¡Creo que he encontrado un auténtico libro de magia! ¡La señora del moño ha oído lo que decía y me ha respondido! ¡Es asombroso!
Fue pasando las hojas, mirando fascinada los dibujos de toda aquella gente que sonreía y se hablaba mirándose a los ojos, mientras seguía pronunciando las extrañas fórmulas mágicas que, dentro de una nubecita blanca, les salían a aquellos curiosos personajes de la boca:
—Poooor-faaaa-vorrrr.
—Looo-siennnn-toooo.
—Uuusteeddd priiii-meee-roooo.
—Leeee ceee-doooo miii aaa-sii-entooo.
Con cada nuevo conjuro, como si despertaran de un largo sueño, más y más personas levantaban la vista de sus libros; miraban a Mo a los ojos, y respondían con una gran sonrisa:
—¡Con mucho gusto!
—¡No se preocupe!
—¡Muy amable!
—¡Se lo agradezco!
En menos tiempo del que se tarda en contarlo, la noticia empezó a correr de boca a oído entre los que habían sido tocados por la magia de las palabras olvidadas y fue así, como la gente las recuperó y aprendió de nuevo a pronunciarlas y, al hacerlo, volvieron a escucharse los unos a los otros, a mirarse a los ojos y a sonreírse y, desde entonces, el mundo se convirtió en un lugar un poco más agradable para todos.
Fin
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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/
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No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee. Fahrenheit 451
Martes de Cuento
https://www.martesdecuento.com/2014/07/08/mo-y-las-palabras-olvidadas/
Ilustración: Louis du Mont
http://louisdumont.com/category/illustration/
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Ilustración: Louis du Mont
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