Cuento» Matilde, la pluma sin vergüenza



Texto: Martes de cuento

En la Isla Imaginada todos los objetos tienen el poder de comunicarse. Aquí también pueden hacerlo, solo se tiene que prestar atención. Pero como hemos perdido la práctica, lo mejor es empezar por escuchar lo que tienen que decir los bolígrafos, las plumas, los lápices, los colores, el teclado del ordenador… ¡Es fácil entender lo que cuentan si se pone atención! Pasado un tiempo, se puede escuchar la voz de todo aquello que nos rodea y contestar a sus preguntas sin vergüenza.

Como en otras ocasiones, para este cuento, hemos contado con la ayuda de Bea Sarrión, psicóloga infantil y conductora del blog Psicovalencia. ¡Gracias, de nuevo, por tus consejos, Bea!


Ilustración: Iraville


Cuento» Matilde, la pluma sin vergüenza


Si algo tenía más que nada en el mundo Sofía era vergüenza. La tenía a montones y se le escapaba por las orejas y por las mejillas.

Y es que Sofía se sonrojaba por cualquier cosa. Si alguien le decía “¡Hola!” se ponía como la grana. Si alguien le decía “¡Adiós!” su cara y sus orejas se encendían como un semáforo. Era como si las palabras que le dirigían los demás causaran en ella un extraño efecto, que hacía que sus mejillas estuvieran casi siempre rojas y sus orejas más calientes que una estufa.

En el colegio, si la profesora le preguntaba, aunque se sabía muy bien la lección, era incapaz de responder y aunque sus compañeros de clase la animaban para que contestara, el efecto era, justamente, el contrario. Lo que ocurría, era que al oír las voces de ánimo, aún se ponía más colorada y aún le costaba más que las palabras salieran de su cabeza, porque la vergüenza no la dejaba hablar.

Su única amiga, era una ovejita blanca de peluche. Con ella sí que hablaba. Se encerraba en su habitación, la abrazaba y le susurraba sus penas al oído, porque sabía que la escucharía sin interrumpirla y sin impacientarse:

—Olivia, —le decía en voz baja mientras acariciaba el suave lomo blanco— no sé qué hacer. Si al menos pudiera contestar a la maestra. ¡Así sabrían que he estudiado y que me sé la lección! ¡Así sabrían que lo que me ocurre es que me cuesta hablar!

Y Olivia, sin abrir la boca, la miraba con sus redondos ojos de cordera.

Una tarde, en la que como de costumbre hacía confidencias a su amiga de peluche, de súbito, resonó una voz a espaldas de Sofía:

—¡Hola, niña!

Sofía, que pensaba que estaba sola, no se movió. Como siempre, se puso roja como un pimiento y bajo la mirada sin decir nada.

—Oye, niña, que te he dicho hola. ¿Es que no me has oído?

Sofía se puso aún más roja y siguió mirando al suelo, sin atreverse a girarse para ver quién le hablaba.

—¡Vale!, pues no me contestes, pero no vas a tener más remedio que hablarme alguna vez, porque vamos a estar juntas mucho tiempo. Soy tu pluma nueva. Tus padres me han comprado de regalo para ti y ya empiezo a estar hartita de estar en esta caja tan estrecha. Así que, por favor, no me hables, pero al menos sácame del estuche.

Sofía, sin dar crédito a lo que estaba oyendo, se giró y vio que, efectivamente, sobre su escritorio, había un paquete envuelto en papel verde. Se acercó y leyó la tarjeta: “Sorpresa especial para Sofía de mamá y papá”. Desenvolvió el regalo, abrió el estuche y, en su interior, encontró una preciosa pluma azul que reposaba sobre un forro de seda amarilla.

—¡Gracias, niña! ¡Qué alivio! Pensaba que me ahogaba ahí dentro. Me llamo Matilde y me encanta conocer gente, hablar con todo el mundo y que todos me cuenten sus cosas. Y tú, ¿cómo te llamas?

Sofía, alucinada de oír hablar a una pluma, se olvidó, por un momento, de su timidez y susurró:

—Sofía.

—¡Precioso nombre! ¡Sí señor! ¿Sabías que tu nombre, en griego, quiere decir “sabiduría”? ¡Me gusta! ¡Creo que nos llevaremos muy bien!

—No sé… Es que a mí me da mucha vergüenza hablar… —se atrevió a susurrar.

—¡Pues fíjate que yo, de eso, no tengo ni pizca! Vamos, que soy una pluma sin vergüenza y hablo por los codos y, por eso, a veces me equivoco y me lío, pero no pasa nada, porque si meto la pata, vuelvo a empezar y listo. Pero es que además, Sofía, comunicarse no siempre significa hablar. Hay muchas formas de decir las cosas y no siempre se hace con la voz. Están los abrazos, están los besos, están las miradas y, sobre todo, está la escritura. ¡Ya verás! ¡Cógeme! Solo tienes que apoyar suavemente mi punta sobre el papel y escribir “¡Hola, Matilde!”

Sofía hizo lo que Matilde le pedía.

—¡Fantástico!, ¡ya te he dicho que tú y yo juntas haremos grandes cosas! ¡No hace falta que me hables! ¡Solo tienes que escribir!

Durante las semanas siguientes, Sofía y su pluma se comunicaron así. Matilde preguntaba cualquier cosa en voz alta:

—¿Qué has cenado hoy?

Y Sofía cogía su bloc y escribía sus respuestas sobre el papel:

—Arroz, pescado y de postre, un plátano.

Un día, en medio de una conversación, Matilde se quedó sin tinta. Sofía tenía aún muchas cosas que contarle de su día en el colegio a su amiga la pluma, pero su vergüenza no la dejaba abrir la boca, así que Matilde le propuso algo:

—Sofía, imagina que en lugar de escribir las cosas sobre el papel las escribes en tu cabeza. Una vez lo hayas hecho, solo tienes que leerlas en voz alta, así yo podré escuchar lo que has escrito.

Sofía decidió probarlo. Cerró los ojos y “escribió” dentro de su cabeza: “Después del recreo hemos estado conjugando verbos.” Y a continuación “leyó” la frase en voz alta:

—Después del recreo hemos estado conjugando verbos.

—¡Qué divertido! ¡A ver qué has aprendido! ¿Sabes conjugar el presente indicativo del verbo “hablar” en primera persona del singular?

—¡Yo hablo! —pronunció después de haberlo escrito en su cabeza.

—¡Muy bien Sofía! ¡Pues claro que hablas! ¡Y además tienes muchísimas cosas interesantes que explicar! ¡Así que, ahora que has empezado, no pares!

De repente, Sofía se dio cuenta de que no era tan difícil contarle a Matilde las cosas en voz alta. Lo único que tenía que hacer era “escribir” primero en su cabeza aquello que tenía que decir y después pronunciarlo. Porque, al fin y al cabo, eso era lo que siempre hacía: imaginar lo que diría, aunque la mayoría de veces se quedaba dentro de su cabeza sin poder salir. La diferencia es que, en esta ocasión, había conseguido que saliera de allí en forma de voz.

Ahora ya le faltaba muy poco para vencer su timidez. Pensó que, antes de darse cuenta, podría recitar de un tirón toda la lección en clase y que la maestra y sus compañeros estarían orgullosos de ella. Y si se equivocaba, no pasaría nada, porque su pluma estaría siempre cerca para ayudarla a reescribir en su cabeza todo lo que estuviera mal.

Sofía supo, en ese momento, que lo conseguiría gracias a la ayuda de Matilde, la pluma sin vergüenza.



Fin

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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/

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No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee. Fahrenheit 451

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