miércoles, 24 de agosto de 2016

CUENTO» Panza Blanca, de Horacio Alva


Marzo 2013
Texto: Horacio Alva
Ilustraciones: Roxana Comerón
12 páginas
18x24 cm.
Cuento
Letra imprenta minúscula


Un simpático gato aparece un día en la casa de Emanuel. Pronto es adoptado llenando de dicha a los integrantes de su nueva familia, que poco a poco van descubriendo lo divertido que es convivir con un gato.


Cuento» Panza blanca


Maullaba y maullaba su tristeza aquel gato que, de sorpresa, apareció una noche en la casa de Emanuel. Tenía una oreja caída, la cola cortada y con un ojo apenas veía. Al pobre gato la calle lo maltrataba…

Se quedó en la puerta varios días intentando llamar la atención. Dormía bajo las plantas del jardín y cuando salía alguien de la casa corría mimoso para frotarle su cuello de algodón.

En las mañanas Emanuel comenzó a darle leche tibia y así, el gato de panza blanca, de a poco se fue haciendo amigo. Sin embargo, el papá de Emanuel desconfiaba:

—Cuando llene su barriga —decía— se irá para hacer su vida. Gato de la calle no sabe lo que es una familia…


Pasaron dos semanas, el panza blanca de la puerta no se movía y, sin esperarlo, ganaba simpatías.

—Es un gato viejo, dijo el tío de Emanuel apenas lo vio y luego lo bautizó Rafael, mientras le acariciaba la barriga. “Rafa” ronroneaba de satisfacción. Tenía un nuevo amigo…

Una tarde Emanuel lo invitó a entrar a la casa. Rafael, cauteloso, miraba con ojos redondos a su alrededor. Quería encontrar la salida, pero al ratito detuvo su cola inquieta y se durmió sobre una silla.

Así, todos los días Rafael se animaba a descubrir un nuevo rincón de la casa. Cuando un lugar le agradaba, comenzaba a bostezar y se echaba, con un ronroneo, a dormitar.


Una mañana apareció con una herida: se había peleado con el gato del vecino y rápido a sanarlo corrieron Emanuel y su tío.

—Es un gato viejito, dijo el veterinario. ¡Pero qué cariñoso es!, agregó sonriente.

Y sí, Rafael era eso: alegría para quien lo veía.

Sanito y vacunado Rafael volvió a la casa y, como llovía mucho, la mamá de Emanuel dijo:

—¿Y si esta noche lo dejamos dormir adentro? ¡Afuera hace mucho frío!

—¡No, es un gato de la calle!, respondió el papá…

Finalmente, “Rafa” durmió donde mamá quería.

Y desde aquel momento Rafael pasó las noches bajo techo, excepto aquella vez que, a escondidas, se comió una tarta de atún. Pero el enojo duró sólo un día: le armaron su propia camita, donde nunca durmió, ya que en los pies de Emanuel era más cómodo o, quién lo diría, a los pies de papá que, distraídamente, repetía:

—Y… ya es de la familia…

Lleno de caricias Rafael continuó su vida. Creció su panza blanca y su pelo chispea bajo el sol. Como está muy contento no deja de mover todo el día su cola cortada, caza bichos bolita y afila sus uñas en la parra.

Algunos dicen que sólo le falta hablar, pero a mí me gusta pensar que si no habla es porque no lo necesita, su mirada lo dice todo. Y si no me creen, los invito a pasar un día por la casa de Emanuel.

Encontrarán a “Rafa” durmiendo la siesta o jugando en familia y no se asusten si busca frotar su cuello de algodón. Sólo quiere caricias…

Y recuerden que a un gatito de la calle le encanta y merece que lo traten bien.


FIN
(c) Horacio Alva (2013)



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Visto y leído en: Rincón infantil, pág. 32, Revista Familia COOPERATIVA.
Año XLIII - AGOSTO 2016 - # 369
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