Texto: Martes de cuento
La música en la Isla Imaginada es especial. No solo los instrumentos producen música, también hay música en los árboles, en el mar, en el suelo…
Hay músicas tan suaves, que solo los que tienen el oído muy fino las pueden percibir. En cambio, en otros lugares de la Isla, uno no puede andar sin taparse las orejas, porque el ruido que se hace al andar es ensordecedor.
Como la música abunda en todos los rincones de la Isla Imaginada, hay muchos cuentos que nos hablan de ella. Este nos lo contó un músico loco, que escribe sus partituras en la orilla de la playa desde hace 20 años y aún no ha podido terminar ninguna.
Ilustración: Sandra Agudo
Sandra es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca. Sus ilustraciones han ganado premios y han sido expuestas en diversas ocasiones. Además, Sandra ha dibujado para la revista “Había una vez” y es autora de las ilustraciones del libro de Esther Cosani “Cuentos a Beatriz”.
Sin embargo, ni los títulos ni los premios hablarán nunca de Sandra tanto y tan bien como lo hace su obra.
Cuento» Una orquesta bestial
Desde antes de amanecer, Paolo, el pavo, estaba ensayando en su piano una canción muy especial que quería dedicar a Gala, la granjera de la granja en la que vivía. Gala cumplía siete años al día siguiente y ¡siete años no se cumplen todos los días!
Muy de mañana, se había dirigido al río empujando su piano y se había puesto a ensayar:
—Ding, ding, ding, ding, dooooong… Esta última nota no acaba de salir bien —titó Paolo.
Ya empezaba a asomar el sol, cuando pasó cerca del río Gisela, la gallina, que le preguntó a Paolo qué hacía allí:
—Mañana es el cumpleaños de Gala y quiero componer una canción muy especial para regalársela —contestó Paolo
—¡Qué idea tan genial! —cacareó Gisela— ¡Voy a buscar mi gaita y te ayudaré!
Al cabo de un momento, llegó Gisela con su gaita y los dos empezaron a tocar:
—Ding, ding, ding, ding, dooooong
—Titititit, titititi, titittooooooo
La última nota no acababa de salir bien, pero ellos seguían insistiendo.
Celedonio, el cerdo, que era un poco tímido, hacía un rato que escuchaba detrás de una azalea:
—Quizá, si os ayudo con mi clarinete… —gruñó muy bajito.
—¡Estupendo! —dijeron a coro Paolo y Gisela.
Y los tres empezaron a hacer sonar sus instrumentos:
—Ding, ding, ding, ding, dooooong
—Titititit, titititi, titittooooooo
—Tarará, tarará, tararirooooooo
—¿Pero se puede saber qué es este alboroto? —mugió Vidina, la vaca—. Si no sois capaces de componer una canción, es que sois unos músicos de pacotilla. ¡Escuchad mi violín y aprended de mí! —y empezó a tocar junto a Paolo, Gisela y Celedonio:
—Ding, ding, ding, ding, dooooong
—Titititit, titititi, titittooooooo
—Tarará, tarará, tararirooooooo
—Binnz, binz, bonzzzzzzzzz
En el río, los peces empezaron a alborotarse y Pantaleón, un anciano pirarucú, y Paulina, una perca muy presumida que siempre llevaba la aleta muy bien peinada, se unieron al grupo de músicos con sus panderetas:
—Ding, ding, ding, ding, dooooong
—Titititit, titititi, titittooooooo
—Tarará, tarará, tararirooooooo
—Binnz, binz, bonzzzzzzzzz
—Pam, pam, pooommm
El sol ya estaba muy alto, cuando el resto de los animales de la granja, atraídos por la música, empezaron a llegar con sus instrumentos: Olivia, la oveja, con su oboe; Belinda, la burra, con su batería; y hasta se les sumo Ginés, el gato de Gala, con su guitarra:
—Ding, ding, ding, ding, dooooong
—Titititit, titititi, titittooooooo
—Tarará, tarará, tararirooooooo
—Binnz, binz, bonzzzzzzzzz
—Pam, pam, pooommm
—Fiuuuuu, fiuuuuu, foooo
—Chan, chan, chonnn
—Rang, rang, rong
No había forma. Algo fallaba. La última nota seguía saliendo muy mal y nadie sabía porqué:
—Es culpa de Olivia, que no entra a tiempo —maullaba Ginés
—Es culpa de Vidina, que desentona —rebuznaba Belinda
—Es culpa de Pantaleón y Paulina, que hacen demasiado ruido —graznaba Paolo
—¡¡Basta!! ¡¡Silencio!! —ululó Lucía, la lechuza, que desde el principio lo había observado todo desde lo alto de una higuera—. El problema es que no hay un director. ¡Necesitáis que alguien dirija vuestra orquesta!
Los animales se quedaron pensativos, ¿quién podía dirigirlos? Después de discutir largamente, decidieron que le propondrían a Dámaso, el gran danés que vigilaba la granja, que fuera el director de la orquesta y Paloma y Paula, dos palomas que estaban entre el público, se fueron volando a buscarlo. No tardó mucho Dámaso en llegar con su batuta, un palito de cedro perfumado y, después de dar unos cuantos ladridos para organizar a los músicos, empezó el concierto:
—Ding, ding, ding, ding —sonaba el piano de Paolo, el pavo.
—Titititit, titititi, titittiiiiii —sonaba la gaita de Gisela, la gallina.
—Tarará, tarará, tarará —sonaba el clarinete de Celedonio, el cerdo.
—Binnz, binz, binz —sonaba el violín de Vidina, la vaca.
—Pam, pam, pam —sonaban las panderetas de Pantaleón, el pirarucú, y Paulina, la perca.
—Fiuuuuu, fiuuuuu, fiuuuuu —sonaba el oboe de Olivia, la oveja.
—Chan, chan, chan —sonaba la batería de Belinda, la burra.
—Rang, rang, rang —sonaba la guitarra de Ginés, el gato.
Todos juntos, formaban una orquesta bestial y, a la mañana siguiente, Gala tuvo el mejor cumpleaños de toda su vida.
Fin
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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/
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Sitio de Promoción de la lectura mediante la publicación semanal de un cuento (clásico o inédito). Puntualmente, también se publican poesías y entradas en la Imaginopedia, un espacio que recopila personajes, lugares, objetos... imaginarios procedentes de cualquier mitología universal, leyenda, o cuento.
No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee. Fahrenheit 451
Martes de Cuento
https://www.martesdecuento.com/2014/04/29/una-orquesta-bestial/
Ilustración: Sandra Agudo
https://sandra-agudo.tumblr.com/
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Ilustración: Sandra Agudo
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