Ogros


LOS OGROS, ESPECIE EN VÍAS DE EXTINCIÓN
Por Irene Vasco


Los ogros son personajes con muy mala fama. Dicen que son muy grandes, muy fuertes y muy feos. Dicen también que comen niños y que se roban los tesoros de los humanos. Lo cierto es que los ogros son personajes tranquilos y bondadosos que viven con sus familias en preciosos casitas o bellísimos palacios.

Lo malo es que a los ogros no los dejan vivir en paz. Siempre aparece algún niño travieso, con cara de no dañar a nadie, para destruir lo que los ogros han construido con tanto esmero.

Por ejemplo está el caso de un famoso Pulgarcito. Este niño se perdió un día en el bosque con todos sus hermanitos. La esposa de un generoso ogro los rescató y los invitó a compartir la cena con sus siete preciosas hijitas.

Más tarde, a la llegada del ogro, Pulgarcito no tuvo ningún reparo en engañarle y en lograr que degollara a sus propias hijitas. No contento con esto, Pulgarcito robó al ogro sus maravillosas botas de siete leguas y lo dejó abandonado en el bosque para que muriese de hambre.

Otro caso realmente triste es el de Juanito, el de la planta de frijolitos.


Este niño era tan envidioso que, utilizando una mata gigante, subió hasta la nube donde un tranquilo ogro tenía su refugio.

Juanito no sólo le robó su gallinita de los huevos de oro y su harpa mágica, sino que obligó al ogro a lanzarse desde la nube hasta la tierra. Por supuesto el pobre ogro murió en la caída y Juanito se adueñó de todos sus tesoros.

Por otra parte los niños no son los únicos en perseguir a los ogros. También lo hacen algunos gatos, especialmente el Gato con Botas.

En este caso, el ogro era un apacible personaje que vivía feliz en su palacio. A nadie molestaba, a nadie hacía daño. Un mal día llegó un elegante gato y pidió al ogro que hiciese una demostración de su talento. El ogro quiso complacer a su huésped y se convirtió en inocente ratoncillo.

El Gato con Botas, ni corto ni perezoso, brincó sobre el ogro-ratoncillo y de un solo bocado se lo comió.
El palacio y los tesoros del ogro pasaron a manos del Gato con Botas y de su amo, un pobre joven a quien el Gato hacía llamar Marqués de Carabás.

A causa de tan injusta persecución, los ogros son personajes en vías de extinción. Si encuentras a algún ogro en tu camino, guarda bien el secreto. Si Pulgarcito, Juanito o el Gato con Botas se enteran de su existencia, enseguida aparecerán con sus engaños. Aprende a reconocer a un gentil ogro de un niño malvado. ¡Protege a los ogros!


Visto y leído en:
http://www.irenevasco.com/fragmentos
Ilustraciones:
© Jota Han



2 cuentos
para Ana Paula



Cuento» El ogro asustado


El sábado a la medianoche era el día y la noche elegidos por todos los chicos del pueblo para ir a la casa del temido ogro y llenarla de sapos, ya que todos saben que los ogros les tienen mucho miedo a esos batracios.

A medida que se iban enterando, los chicos salían a buscar sapos; por primera vez verían asustado al malvado ogro.

Llegó el día previsto y, a las doce de la noche, una caravana de niños marchó por el bosque hacia la cabaña del ogro. Cada uno llevaba una vela encendida y una bolsa con todos los sapos que había podido juntar. Caminaban en silencio, bajo la luna llena, aguantando sus risitas nerviosas.

Mariano se había atrasado porque no pudo atrapar ningún sapo, así que se quedó en la plaza, esperando el regreso de sus amigos. Se sentó en un banco, cerca de un viejo farol, que apenas iluminaba y fue enorme su sorpresa cuando se dio cuenta de que a su lado estaba sentado nada menos que el maléfico ogro. Quiso hablar y no pudo; sus piernitas comenzaron a temblar y abundantes lágrimas empaparon su carita. Entonces sintió una mano cariñosa que lo acariciaba.


—No tengas miedo, no te voy a hacer nada —dijo el ogro despacito.

—Pero si vos sos muy malo —balbuceó el niño—. ¿Y por qué no estás en tu casa?

—Yo no soy malo —dijo el ogro suspirando—. Y no estoy en mi casa porque le tengo mucho miedo a los sapos y me enteré de que los chicos iban a llenar mi jardín de esos feos y pegajosos animales.

—¿Y quién te contó? —quiso saber Mariano.

—Una adivina lo vio en su bola de cristal y se lo contó al hombre lobo; él se lo comunicó a un duende, quien se lo susurró a un fantasma que se lo dijo a un hada y ella me lo comunicó a mí.

—¡Estás mintiendo! Ninguno de ellos son amigos entre sí, hay algunos que son muy malvados y no te lo dirían.

—No, estás equivocado, nosotros no somos malos, son los escritores de cuentos infantiles los que nos hacen mala fama. Te lo juro por mi honor, no le hacemos mal a nadie. Dentro de un rato, cuando los chicos hayan vuelto a sus casas, nos vamos a reunir en el bosque para divertirnos, si venís conmigo los vas a ver sonreír a todos.

—¿A todos los malos juntos? —preguntó Mariano sorprendido.

—No somos malos, sacate esa idea de la cabeza. Y decime, ¿qué llevás en esa bolsita? ¡Espero que no sean sapos!

—No, no conseguí ninguno, es un escuerzo.

—¡Ah, bueno! A ellos no les tengo miedo. Mientras esperamos a mis amigos lo podés soltar y jugamos con él un rato, pero después dejalo ir, no creo que le guste estar embolsado.

Entonces el bueno del ogro sentó a mariano sobre sus rodillas, mientras que con la punta de una ramita le hacía cosquillas al escuerzo en su húmeda panza verde y, en el medio de la plaza, bajo la luna brillante, resonaron las carcajadas de los tres.


© Pancho Aquino

FIN



Cuento» El ogro llorón


Hace muchos años, en una pequeña y triste aldea, vivía aburrido un ogro panzón, gruñon y marrón. Tan marrón, que cuando se quedaba quietecito durmiendo una siesta, la gente lo confundía con una montaña. Y tan gruñón y poco amigable era, que nadie se había molestado en ponerle un nombre.

—Ni siquiera sé asustar a la gente —se quejaba.

—Ni siquiera soy verde… —se lamentaba.

Una nochecita de verano, de esas en las que la brisa acaricia la luna, el ogro se sentó en la puerta de su castillo y se puso a llorar como una criatura, pensando en lo solitaria y aburrida que era su vida.

Tanto lloró, que pronto el pueblo se inundó con sus lágrimas.

—Tenemos que hacer algo con este grandulón —pensó el rey de la aldea— ¡No hace más que molestar y arruinar la tranquilidad de los habitantes!

El rey pensó, y pensó, hasta que decidió pedirle ayuda a la bruja Filomena, que de ogros sabía mucho.


Filomena enseguida se dispuso a ayudar y preparó una pócima mágica para dormir al ogro por cien años. Primero pensó en colocar el mejunje en una manzana, pero recordó que en otro cuento no había dado buen resultado. Entonces decidió hacer un riquísimo té y se lo llevó personalmente al gigantón.

—¡Eh, grandulón! —le gritó desde abajo, con la taza de té en una mano—. ¡Deje de llorar! Le traje un tecito para que se sienta un poquito mejor…

El ogro, que se estaba sonando la nariz con una sábana, se dio vuelta para ver quién lo llamaba.

Y algo inesperado ocurrió. ¿Quién sabe…? Tal vez Filomena lo hechizó, o quizá fue amor a primera vista. Lo cierto es que bruja y ogro se miraron a los ojos y se enamoraron perdidamente a partir de ese instante.


Y a pesar de tanta cosa despareja en la pareja, créase o no, los dos aprendieron a ser novios. El ogro dejó por fin de estar solo y triste. Y la bruja, aunque de vez en cuando siguió haciendo alguna que otra travesura malvada, se convirtió en la respetable esposa del gigantón (que siguió siendo panzón, gruñon y marrón).

Hasta que quiso ser verde como otros ogros; entonces su esposa lo convirtió en un hermoso sapo. Sí, ese mismo que aparece en otros cuentos…


© Patricia Fitti

FIN


Visto y leído en: EDIBA

PARA VOS Y PARA MÍ... CUENTOS N° 1 - MARZO 2015
Cuentos de ogros y hadas







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Ilustraciones Alex DG© y Daniel Caminos