Cuento» Caracolito, el caracol veloz



Texto: Juani Casco
Ilustración: © Alex Rojas
Selección: Martes de cuento


¿Alguien ha visto un caracol veloz? Caracolín lo fue durante un rato.
Juani nos cuenta lo que ocurre cuando no se tienen en cuenta las experiencias ajenas y los consejos antes de tomar una decisión. Porque, justamente, fue lo que le pasó a nuestro amigo caracol, que no escucho a sus padres ni pensó en las consecuencias de comer lo que no debía y se llevó un buen susto.



Cuento» CARACOLITO, EL CARACOL VELOZ


Era Caracolito el más pequeño de la gran familia Caracolín, formada por mamá Caracolina y papá Caracolón. Tenía, además de tíos, primos y abuelos, una larga lista de hermanos y hermanas.

Vivían muy felices en una grieta de un gran manzano en la granja de los señores Martínez, donde convivían con pollos, cerdos, vacas, caballos, pavos y demás animales domésticos.

Cuando brillaba el sol y hacía calor, se cobijaban en su árbol y, muy quietecitos, esperaban a que se pusiera para salir en busca de comida. ¡Y es que el calor no les gustaba nada!

Cuando más disfrutaban era después de una buena tormenta. ¡Ahhh!, entonces sí que salían muy contentos, con sus antenitas bien estiradas, para darse una gran comilona.

Les gustaban, sobre todo, las plantas con grandes hojas. ¡Qué ricas! Pero sabían respetar los sembrados del señor Martínez. Espinacas, acelgas y lechugas estaban prohibidas para ellos. Mamá Caracolina los tenía muy bien enseñados:

—No, no. ¡Los sembrados no se comen!

Pero ahí estaba nuestro amigo Caracolito. Nunca estaba conforme con nada y siempre preguntaba y preguntaba, hasta acabar con la paciencia de sus papás:

—¿Por qué somos tan pequeños? ¡Yo quiero crecer!

—¿Por qué andamos tan despacito? ¡Es muy injusto! ¡Siempre llego el último a todos lados!

—¿Por qué no podemos comer acelgas? ¡Tienen una pinta deliciosa!

Su mamá, con mucha paciencia, le explicaba:

—Mira Caracolito, años atrás, el tío abuelo Caracolote no hizo caso de las advertencias y, después de un chaparrón, se deslizó hacia el campo de acelgas y desapareció.

—¡¿¿¿Desapareció???!

—Si, la vaca Mara fue la última que lo vio y aseguró que había salido de la granja corriendo a toda velocidad. ¡Nunca más volvió!

—¡¿¿¿A toda velocidad???!

—Sííííí, ¡y eso es muy peligroso para un caracol! Porque no sabemos que hay más allá de la cerca de la granja, nunca hemos podido ir tan lejos, pero nos llegan rumores de animales extraños, enormes y ruidosos, que corren por caminos de tierra negra.

Ya podéis imaginar que esta historia no hizo más que avivar el deseo del pequeño caracol de averiguar cuál era el misterio del campo de acelgas. Así, que decidió que en cuanto cayera el siguiente aguacero, se encaminaría hacia el sembrado y se daría un gran banquete.

—La historia del tío abuelo Caracolote es una paparrucha. ¡Seguro! —pensaba él.

¡Dicho y hecho! Al cabo de dos días amaneció lloviendo. Caracolito se puso muy contento y, en cuanto salió el sol, se encaminó hacia el campo de acelgas. Pasó la verja por debajo y, ¡ñam, ñam, ñam!, se llenó la tripa de las hojas más tiernas que encontró.

—¡Caray! ¡Qué ricas! —se relamía encantado—. Son dulces y muy frescas.¡¡¡Deliciosas!!!

Cuando ya estaba casi fuera del sembrado, contento y hartito, empezó a sentir como si un ventilador se hubiera puesto a funcionar dentro de su concha y lo empujara.

Empezó a correr deprisa. Y cada vez más deprisa, ¡¡¡Uhhhhhhhhhh!!!, sin poder parar.

Iba tan rápido, que recorrió la granja en un periquete y, sin darse cuenta, ya estaba fuera de la cerca. ¡Nunca había estado ahí!

Una pareja de conejitos que lo vio pasar, se quedó estupefacta. ¡Un caracol veloz! ¡Imposible! Y, ¡claro!, corrió a contarlo a todo el mundo.

Caracolito estaba muy asustado, su carrera seguía imparable y, a lo lejos, pudo ver el camino de tierra negra del que le había hablado mamá Caracolina.

¿Sería cierta, la historia del tío abuelo Caracolote? Ahora sí que tenía miedo, y más cuando escuchó un ruido que iba haciéndose más y más fuerte a medida que se acercaba un animal muy extraño; ¡era grandísimo y con las patas redondas! Era enorme, más que las vacas, y con un color brillante que él nunca había visto en un animal. ¡¡¡Si no lograba parar antes de llegar al camino de tierra negra, lo aplastaría!!!

Menos mal que empezó a sentir que su velocidad disminuía. Se iba frenando poco a poco, hasta que consiguió volver a caminar como debe hacerlo un caracol: ¡despacito!
Cuando por fin se detuvo, el monstruoso animal de patas redondas pasó rugiendo a un palmo de él y casi se desmaya del susto.

¡Pobre Caracolito! Estaba muy arrepentido de haber desobedecido a sus papás. Fuera de la cerca, el mundo era muy peligroso para los caracoles.

Lo que no se explicaba era por qué las acelgas causaban ese efecto a los pobres caracoles.

Pues veréis, el señor Martínez abonaba regularmente los sembrados para que, además de ricas y sabrosas, sus espinacas, acelgas y lechugas crecieran rápidamente. Pero el abono tenía un efecto secundario y era que aceleraba también la velocidad con la que caminaban los caracoles. ¡Menos mal que duraba muy poquito!

Mamá Caracolina, advertida por los conejos, envió al rescate de Caracolito a Marcus, el perro pastor de la granja, que recogió al agotado caracol y lo llevó en su lomo hasta su casa en el manzano.
Una vez allí, pidió mil perdones a sus papás y explicó a su familia su terrible experiencia para que a nadie más se le ocurriera volver a comer acelgas.

Así, todos estuvieron de acuerdo en que hay que hacer caso de las advertencias de nuestros mayores porque, como ellos nos repiten, es por nuestro bien.



Fin


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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/

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Martes de cuento
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Ilustración: © Alex Rojas
http://alexrojas.cl/

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Ilustraciones Alex DG© y Daniel Caminos