Cuento» LA HUCHA DE LOS DESEOS



Texto: Irene Esteve. Ilustración: Lauren Castillo
Selección: Martes de cuento

Para seguir de cerca la huella literaria de Irene Esteve tenemos que visitar a menudo su blog, porque a esta escritora nómada, tan pronto la sorprende la inspiración bajo las palmeras de Elche, como en un avión camino de Londres. Y es que Irene lleva la literatura en la sangre y la pasea con ella por el mundo.

Junto a este primer cuento que comparte con nosotros, nos ha enviado, además, su entusiasmo y sus ganas de escribir, de afinar día a día su pluma, así que ¡no le perdáis la pista!

Martes de cuento. Barcelona, España.

Cuento» LA HUCHA DE LOS DESEOS


Pablo estaba en la habitación de juegos, dentro de la tienda de campaña con una linterna encendida y con un libro entre las manos.

Se pasaba horas y horas leyendo. Sus compañeros de clase pensaban que era un bicho raro, pero a él le daba igual.

Hacía unos días que Lucía, la enfermera que cuidaba a su madre, le había regalado El Principito y Pablo estaba encantado descubriendo el libro.

Lucía era la enfermera que su padre había contratado hacía ya un mes, al empezar la primavera, porque su madre había sufrido un accidente.

A Pablo le gustaba Lucía, y se divertía mucho con ella. Conseguía que aquellos extraños días fueran un poco más alegres. Pero le apenaba ver a su madre tan triste, tan rara, tan poco ella. Había perdido la sonrisa mágica que a él tanto le gustaba y casi no tenía fuerzas para nada.

Antes del accidente solían jugar mucho juntos. Su madre inventaba juegos diferentes, divertidos y muy bonitos. Sabía que su madre era especial, y que como ella, no había muchas.

A uno de los juegos solían jugar antes de ir a dormir. Los dos escribían un deseo y lo dejaban bajo la almohada. Su madre siempre le decía que tenían que ser deseos pequeños, para que se hiciesen realidad al día siguiente. Porque cuanto más grande era el deseo, mayor era el tiempo que tardaba en cumplirse.

Pablo no sabía cómo, pero al día siguiente el deseo siempre se realizaba. Cada día era emocionante para él.

Ahora deseaba que todo volviese a ser como antes, o por lo menos, lo más parecido posible. Muchas veces se preguntaba cuánto tiempo duraría todo aquello.
Quería volver a jugar al juego de los deseos. Pero desde el accidente, no había podido, porque el juego ya no funcionaba igual.

Una tarde, cuando el autobús del cole lo dejó en casa, Pablo estaba muy triste. Aquel día, en la escuela, unos niños de su clase le dijeron que su madre se iba a morir. Pablo se entristeció tanto que lloró durante todo el día.

Los niños, en ocasiones, pueden ser muy crueles y, quizá sin darse cuenta, dicen cosas sin saber la importancia que tienen y sin sospechar lo serias que pueden llegar a ser.

Lucía lo esperaba con una sonrisa y ya le había preparado la merienda, pero él llegaba con cara de cerilla y sin ganas de nada. Lucía se sorprendió mucho y le preguntó qué había pasado. Después de contárselo, Pablo añadió:

—Me gustaría que mamá estuviera bien y poder seguir jugando al juego de los deseos, porque pediría que esos niños se fueran de clase, y aunque tardase en cumplirse me daría igual.

—¿Y qué juego tan chulo es ese?- le preguntó Lucía.

Pablo se lo explicó y a Lucía se le ocurrió una idea.

—¡Tú y yo vamos a inventar un juego aún mejor! Vamos a seguir pidiendo deseos, pero ahora lo que vamos a hacer es meter todos los deseos que pidamos en una hucha.

—¿En una hucha? Pero si las huchas son para ahorrar dinero —interrumpió Pablo.

—El resto de huchas sí, ¡pero la nuestra no! En todas las demás huchas se pone dinero, y al final, todas acaban siendo iguales, porque el dinero no puede dar cosas tan bonitas y especiales como que un deseo se haga realidad. En cambio, la nuestra será mágica y dentro solo habrá deseos, así no se podrán escapar, y cuando tu mamá se ponga buena, podréis hacerlos realidad juntos.

A Pablo le pareció una idea genial. Enseguida cogió la hucha que tenía en su habitación y la decoró con dibujos y recortables, y escribió con letras muy grandes:

“HUCHA DE LOS DESEOS”

No dijo nada a sus padres, y pidió a Lucía que tampoco contara nada, sería una sorpresa, y cuando su madre estuviera mejor, podrían abrirla y hacer que todos los deseos se hicieran realidad. Pero uno detrás de otro, porque todos a la vez serían muchos.

Cada día, antes de dormir metía un nuevo deseo dentro. Lucía siempre le preguntaba, y él siempre decía:

—Estoy pidiendo deseos tan grandes, que cada día pesa más —y reían juntos sin parar.

—Sigue metiendo deseos y no te rindas, porque aunque sean muy grandes, al final se harán realidad. Está bien tener deseos pequeños que se puedan ir cumpliendo en el día a día, pero cuando más grande es un deseo, mayor es la ilusión por conseguir que se cumpla. Recuerdo que mi abuelo y yo solíamos ir a la playa en agosto a ver las lágrimas de San Lorenzo, una lluvia de estrellas fugaces que durante unas noches hace que parezca que el cielo llore. Mi abuelo pensaba que lloraba de felicidad. Me decía que tenía que pedir deseos y que los deseos que pidiera tenían que ser, como mínimo, tan grandes como yo.

Lucía siempre se emocionaba al recordar los momentos vividos junto a su abuelo. Pablo la escuchaba con mucha atención. Le encantaban sus historias.

La primavera tocaba a su fin y daba paso a un verano verde, azul y soleado. El pequeño Pablo se esforzó mucho por sacar buenas notas para que sus papás estuvieran contentos.

Llegaron las vacaciones y Pablo se fue unos días al campo, con sus primos. No quería marcharse de casa, pero todos pensaron que sería lo mejor para él. Por supuesto, lo primero que metió en su macuto, fue la hucha.

Los días en el campo pasaron rápido entre risas, juegos en la casa del árbol, baños en la piscina, guerras de globos y pistolas de agua y meriendas en el porche. Pronto llegó la hora de regresar.

Pablo volvió con ganas de ver a sus padres para contarles todo lo que había hecho y también para contarle a Lucía que ya no cabían más deseos en la hucha, pues estaba llena.

Cuando el pequeño entró por la puerta, no podía creer lo que estaba viendo: ¡¡su mamá estaba en la cocina preparando la merienda!! Aunque todavía estaba delicada, estaba fuera de peligro y podía empezar a hacer vida normal.

Se abrazaron, lloraron, rieron y se dieron tantos besos que hasta les quedaron marcas en las mejillas.

Pablo abrazó también muy fuerte a su padre y a Lucía, y le dio las gracias una y otra vez por haber cuidado a su mamá y haber conseguido que se recuperara.

Entre risas y emociones, Pablo sacó la hucha para enseñársela a sus padres y decirle a su querida Lucía que estaba llena de deseos.

—Mamá cuando estabas malita, Lucía y yo inventamos un juego parecido al nuestro, pero metiendo los deseos en una hucha. Ahora la hucha está llena y sé que se pueden pedir grandes deseos. Solo tienes que concentrarte en uno y no rendirte hasta conseguirlo.

Su madre lo abrazó tan fuerte como pudo y lloró de emoción durante largo rato.

Al abrir la hucha, en todos y en cada uno de los papelitos se podía leer:

“DESEO QUE MI MAMÁ SE PONGA BUENA”



Fin


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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/

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No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee. Fahrenheit 451

Texto: Irene Esteve
https://nomadasenlanoche.blogspot.com/2014/07/la-hucha-de-los-deseos.html
Ilustración: Lauren Castillo
http://laurencastillo.blogspot.com/2010/05/happy-mothers-day.html
Selección: Martes de cuento
https://www.martesdecuento.com/2014/08/12/la-hucha-de-los-deseos/

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Ilustraciones Alex DG© y Daniel Caminos