Cuento» LA CARACOLA PAOLA



Texto: Juani Casco. Ilustración: Nipic.com.
Selección: Martes de cuento.

En uno de sus viajes a la Isla Imaginada, Juani escuchó esta fantástica historia, que nos hace reflexionar sobre el valor que tienen los objetos.
El valor de las cosas que poseemos no radica en el dinero que hemos pagado por ellas, sino en el cariño que contienen, sea cual sea su precio, y que son capaces de transmitirnos.
Por eso, en Isla imaginada es tan importante hacer las cosas uno mismo, siempre que sea posible, en lugar de comprarlas ya hechas. Un muñeco, un cuento, un colgante… Todos aquellos objetos que se elaboran con cariño tienen un valor especial, porque una parte del alma del que los ha hecho se queda pegada a ellos y, al tocarlos, vibran y nos transmiten una música mágica.

Cuento» LA CARACOLA PAOLA


La Caracola Paola vivía en la Playa Transparente, llamada así por sus aguas tan, tan limpias. Era todo lo preciosa que puede ser una caracola: blanca, blanquísima por fuera y si la mirabas por dentro, veías el arco iris que formaba el nácar en ella.

Durante el invierno hibernaba al abrigo de una roca grande que la protegía; allí nadie la molestaba, y estaba tranquilita y segura.

Pero, ¡ay!, al llegar el verano, la playa se iba llenando de familias que pasaban el día entre toallas, neveras, bocadillos, flotadores y risas y la pobre Paola, con tanto alboroto y movimiento, era empujada por las olas, ummmmm, a un lado, ummmmm, a otro, dando vueltas y más vueltas por la arena, hasta que acababa con un mareo de campeonato. Pobrecilla, ¡lo pasaba fatal!

Estaba deseando que alguien la rescatara del mundo marino y la llevara a otro lugar con menos movimiento ¡Y es que una caracola que se marea es una cosa muy seria!

Un día, apareció por la Playa Transparente una niña equipada con todos los bártulos para pasar un divertido día. Llevaba cubo, pala y rastrillo para hacer un gran castillo de arena, que era lo que más le gustaba hacer con su papá.

Los dos, empezaron la tarea escarbando un gran agujero en la orilla.

—¡Hay que cavar hondo Emma! —le decía el papá a la niña.

—¿Así, papá?

—Sí, así, para hacer el foso y luego empezar a hacer las murallas.

Comenzaron a remover la arena con la pala justo allí donde estaba la caracola Paola, que se temió otra vez lo peor:

—¡Ay, ay ay! ¡Me pasaré otra vez todo el día dando tumbos por la orilla!

Pero esta vez tuvo más suerte, el papá de Emma la vio brillar en la arena y llamó su atención.

—¡Mira Emma! ¡Qué caracola tan bonita!

—¡Sí, papá! ¡Es preciosa! Tan blanquita.

—Vamos a guardarla y nos la llevaremos de recuerdo, ¿quieres?

—¡Vale, papi!, ¿y podremos hacer algo bonito con ella?

—Pues claro, haremos algo precioso.

¡Qué contenta estaba nuestra amiga la caracola Paola! ¡Por fin había salido de las olas y ahora estaba tranquila! Sin embargo, un cosquilleo nerviosillo le daba vueltas por la barriguita. Se preguntaba qué harían con ella. Tendría que esperar para resolver el misterio; mientras tanto, disfrutaría de la paz dentro de aquel cubito azul.

Cuando Emma y su papá acabaron el castillo de arena, todos los niños de la playa fueron a felicitarlos. ¡Les había quedado impresionante! Con almenas, foso y murallas y ¡hasta le habían hecho ventanas y puertas!

Cansados, pero muy felices, regresaron a casa pensando en qué harían con la caracola:

—Podríamos hacer un llavero —dijo el papá de Emma.

—¡Oh, no papá! , ¡yo quiero que sea algo para mí solita!

—¿Y si la pegamos en la tapa de un libro?

—Noooo, que se puede estropear con el pegamento.

—¿Y un anillo?

—Noooo, que crezco muy deprisa y pronto me estaría pequeño.

—¡Ya sé, Emma! ¡Haremos un colgante!

—¡Síííí, papá! ¡Qué gran idea!

—Lo podrás llevar siempre, porque no creo que el cuello te crezca tanto como el de un hipopótamo ¿verdad?

—Jajaja, ¡claro que no!

Y se pusieron manos a la obra. El papá de Emma hizo con mucho cuidado un agujerito en la pequeña caracola. Fue como cuando nos ponen una inyección. ¡Pum! ¡Y ya está! Después, buscaron una preciosa cadenita. ¡Quedó tan bonita Paola colgando de ella que valió la pena el pinchacito!

Emma la lució presumida todo aquél verano. Les explicaba a sus amigos cómo habían rescatado de la playa la caracola y cómo su papá se había encargado de hacer para ella el collar más lindo del mundo.

Aunque la que estaba contenta, contenta de verdad, era Paola. Desde el cuello de la pequeña Emma estaba descubriendo un nuevo mundo: los árboles del parque al que iban a jugar; los colores de los dibujos y cuentos de la niña; los edificios que nunca se podían ver desde la playa; el cine… Y, sobre todo, el día que fueron de visita a la granja de los abuelos de Emma, Paola se quedó entusiasmada con tantos animales que no se imaginaba que existieran en tierra firme.

Cuando llegó el día de la vuelta al cole, Emma guardó en su joyero el collar con la caracola y le prometió que, apenas acabara el curso, volvería a colgarla de su cuello para pasar otro verano juntas.

Eso pasó hace más de veinticinco veranos, pero cada año, cuando llega el calor, Emma saca de su joyero el collar del que cuelga Paola, la caracola; aunque ahora es su pequeña hija Ana la que lo luce orgullosa en su cuello.



Fin


(c)Juani Casco

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Visto y leído en:
Martes de cuento
Barcelona, España.
https://www.martesdecuento.com/

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Martes de cuento
https://www.martesdecuento.com/2014/08/26/la-caracola-paola/

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